Marcelo Crovato -  Blog del escritor

Por Marcelo Crovato 10 nov, 2023
Pudo ver que quienes se acercaban tenían grandes heridas, manchas de sangre, los cuerpos mutilados, disparos en la cara. No podía entender cómo podían caminar, tenían que estar muertos. Entonces uno de los ingleses le pidió los binoculares y tuvo la misma imagen, pero aún más aterradora, porque de inmediato reconoció a uno de los que se acercaba. Pálido completamente dijo: - No puede ser, es John. Otro de los ingleses le dijo - ¿qué John? - Es John Reed, el cabo John Reed. - No puede ser, si él murió hace dos días. - Pues entonces toma esto y míralo, es él, está caminando. El otro tomó los binoculares observando hacia donde le señalaba el primero y palideció, resbalándose desde el parapeto. - Si, es él, pero él está muerto. Entonces uno de los de los alemanes tomó en los binoculares y empezó a revisar bien a todos los que se acercaban, afortunadamente muy lentamente, por lo que le daban tiempo para tratar de entender lo que sucedía. - Es Müller, Roland Müller, que camina hacia acá. Otro de los alemanes le dijo - está muerto, ¿tú qué crees? ¿que los muertos resucitan? - Idiota, sube a mirarlo, es Müller. El otro subió tomó los binoculares y no logró pronunciar nada, su cara de terror era suficiente. A Müller le faltaba la mandíbula y tenía una enorme mancha de sangre en su pecho, pero era él, el mismo que había muerto dos días antes.  Léalo completo en: https://www.patreon.com/posts/la-trinchera-de-92012469
Por Marcelo Crovato 27 sept, 2023
Para quienes lean este libro, sin ser de Venezuela, la situación será completamente incomprensible. Por ello es necesario escribir esta introducción, aclarando lo que toca vivir día a día, por increíble e inverosímil que parezca. Hablar de reclusos fuertemente armados, con ametralladoras, suena totalmente irreal, pero recuerde que estamos hablando de Venezuela, un país que se convirtió en un estado fallido, aunque en mi opinión, decirle estado fallido es darle mucho reconocimiento. La extrema corrupción de la Guardia Nacional, ente militar encargado de la custodia perimetral y de las entradas de las cárceles, permitió el ingreso de armas de todo tipo y en grandes cantidades a las cárceles. En principio algunas pistolas y revólveres, luego unas granadas y al final cualquier tipo de armas. Por supuesto, también de drogas, teléfonos celulares y cualquier otra cosa que los reclusos pudiesen desear. Cuando fui Director de la cárcel de Yare, para el año 1999, las armas eran pocas y las granadas menos aún. No obstante, encontré una penitenciaría totalmente bajo el control de los reclusos. En ese entonces pude desarrollar un plan de control y desarme exitoso, pero vergonzosamente para toda la dirección de prisiones, fui el único. También pude demostrar que las armas eran introducidas por efectivos de la Guardia Nacional, ya que, en las actas de incautación, apareció tres veces la misma arma, que luego de ser retenida, era entregada a los efectivos militares. Agotado por el nivel de exigencia para lograr las metas, renuncié a mi cargo, renuncia que no fue aceptada y se me asignó a otro cargo, con funciones de oficina y no de comando. Apenas entregué mi comando, las armas volvieron a ingresar y un par de meses después, los funcionarios que habían trabajado a mi cargo me pidieron apoyo para tratar de hacer una incautación de una subametralladora Ingram. La superioridad me negó el apoyo y la situación se desbocó. Esta historia está contada en mi novela "Techos Rojos Abismo Rojo, la historia", de la cual este libro es la tercera parte, pese a que la segunda no ha sido publicada, pero está en proceso y también es absolutamente real, al igual que la primera parte. Quince años después, cuando la dictadura me envió como preso político a un anexo de la misma cárcel, conocido como Yare 3, ya lo que tenían los reclusos de Yare 1 no eran algunas pistolas, sino también fusiles y ametralladoras que pude ver a la distancia. Y también, disponían de una cantidad casi infinita de municiones, lo cual comprobábamos por la cantidad de disparos al aire que hacían cuando algún preso de alto nivel en la organización criminal interna obtenía la libertad. Algunos años antes de eso, visité como abogado numerosas cárceles y en las mismas me recibía algún lucero, es decir, el personal de seguridad del “pran”, quien era el líder máximo de la organización criminal interna. Ellos se encontraban en la entrada, armados con fusiles FAL, iguales a los que yo usé en el Ejército, verificando quienes eran las personas que ingresaban. A ellos les indicaba que era abogado e iba a conversar con algún defendido mío. Entonces este lucero notificaba con un radio portátil que un abogado deseaba ingresar y posteriormente autorizaban mi ingreso. Todo esto frente a un efectivo militar de la Guardia Nacional. En este momento, usted se estará preguntando ¿por qué no se escapan los reclusos, si están tan fuertemente armados? La respuesta es: porque desde las cárceles manejan mucho, muchísimo poder. Coordinan una enorme cantidad de actividades criminales, narcotráfico, extorsiones y secuestros mayormente. Además, dentro de las cárceles tienen mujeres, ingresan prostitutas sin límites, han construido piscinas y discotecas, todo costeado con los recursos propios de las bandas criminales. Está bien, le reconozco que suena increíble, pero no dude que es la absoluta verdad. Es Venezuela, un país para el que convertirse en un estado fallido, sería un gran avance.
Por Marcelo Crovato 27 sept, 2023
Redactar un prólogo sobre hechos irreales y que solo corren detenidamente en la imaginación de Marcelo, es como intentar insistirle al tiempo que abra una puerta para que la vida paralela de cada quien, si es que esta existe, se evidencie en una realidad irrefutable. Y es que de existir la posibilidad que hechos como los relatados en este libro se conviertan en realidad, no dudo, en lo más mínimo, que los procesos y resultados se aproximarían a los que usted se encontrará a lo largo del texto. Hablar de Asalto a la Cárcel y de Marcelo Crovato, es hablar de experiencias ya vividas hace más de 25 años, en las que varios de los personajes de este texto, fuimos testigos interactuantes de muchas realidades en las cárceles venezolanas, en que las vivimos situaciones muy apremiantes y de mucha tensión y en las que, solo una mente fría y analítica como la de él, pudieron marcar una gran diferencia entre un final exitoso y una masacre. Nada de lo escrito en este libro, amigo lector, se aleja de la cruda realidad de las cárceles venezolanas, muy a pesar de la ficción de su contenido, aunque tampoco es ficción la cualidad estratégica de cada uno sus personajes, en la vida real. Algunas situaciones similares las vivimos en carne propia y, podría decirse que también en carne viva, en las que la sagacidad de Marcelo, en ese momento como un novel líder de un personal totalmente desconocido para él, en un recinto penitenciario, marcaron una pauta a la hora de “gerenciar”, por así decirlo, una de las peores, corruptas y más peligrosas cárceles del país, para ese entonces, obteniendo un resultado satisfactorio contra todo pronóstico. Asociar la imaginación sobre hechos pasados y eventos imaginarios que seguramente sucederán en el futuro, es como querer predecir este futuro deseado (y realizable) dentro de circunstancias adversas que jugarían en contra de la materialización de un sueño, como dije, realmente realizable. Por ello, Asalto a la Cárcel, no es otra cosa que un misceláneo entre la fantasía, situaciones y hechos pasados y, me atrevo a decir, del deseo del escritor, de regresar a ese campo de batalla para hacer las cosas en el marco y contexto del deber ser. Doy fe de ello, porque yo fui testigo y participe de muchas de esas batallas en la gestión de Marcelo Crovato como Director de la Cárcel de Yare, en Venezuela, y al igual que él, desearía la realización de ese sueño. Giuseppe Vaccaro Caracas 21 – 09 - 2023
Por Marcelo Crovato 20 sept, 2023
- Buenas tardes mi Comisario, le tengo una noticia, es un notición. - Ajá, cuénteme ¿Qué pasó? - Bueno hay un grupito que está investigando la oficina del Banco Mercado que está en la avenida Ávila. - ¿Qué, se lo van a llevar? - Sí mi Comisario. - ¿Y cómo sabes tú eso? - Pues si le cuento que hay un delincuente que me debe un gran favor, que dijo que algún día me lo pagaría. - ¿Y qué hiciste por él? ¿De cuándo acá tu ayudas delincuentes? - Bueno un día estaba llegando a la casa y me encontré con dos tipos tratando de abusar de una señora. Por supuesto que eso no lo iba a permitir. - Ni yo tampoco. - Bueno jefe, entonces desenfundé la pistola y los di de baja los dos. - Ah, muy bien, violador no es gente y no tiene derecho a nada. - Resulta que la señora era la mamá de este delincuente, él lo supo y me dijo que estaba muy agradecido y que en algún momento él tendría la oportunidad de ayudarme y que podía contar con él, porque lo que había hecho por él era muy valioso. - Esto demuestra lo que siempre hemos dicho, esa gente puede ser muy agradecida cuando quiere y pagan sus sus deudas. Cuéntame entonces el caso. - Tienen ya unos cuantos días investigando el banco para ver en qué momento tiene más dinero, están viendo, revisando las vías de escape, midiendo el tiempo con la estación policial que está más cerca y ya tienen todo preparado. Este jueves a las 10 de la mañana es el golpe. - Nosotros mismos nos podemos encargar, por algo somos la brigada de comandos. - Exactamente. - ¿Y su amigo, entre comillas, no estará en el grupo, me imagino? - Él no está, él simplemente lo supo de una fuente muy buena y sé que él arriesga su vida al decírmelo. - No hay problema, cuidaremos a la fuente. Búscate al Inspector Peraza para que empecemos a planificar este operativo. - Entendido mi Comisario. Léalo completo en: https://www.patreon.com/posts/la-emboscada-89554145
Por Marcelo Crovato 19 jul, 2023
- Sr Robertson buenos días, lo llamó porque queremos pedirle ayuda. Como usted es el Presidente de Industrias Wellington Venezuela, pues creemos que usted nos podría ayudar. Nota del Autor: "Extorsión" es una historia que será parte junto con otros cuentos inéditos de la antología "Tiene derecho a guardar silencio. Antología policial y criminal" a ser publicada este año. Esta historia está basada en hechos reales. - ¿Y por qué piensan que yo les puedo ayudar? Es más, ¿Quién es usted? - Bueno mi nombre, mi nombre no importa porque en el fondo no le va a decir nada, aunque me dicen Cabilla, pero si necesitamos una ayuda, porque acá donde estamos, pues no siempre tenemos buenas cosas para comer y ustedes producen cosas buenas cosas, sabrosas y nos podrían ayudar. - ¿Y por qué piensa que yo puedo querer ayudarlos? La empresa que dirijo distribuye los productos, incluso los dona al banco de alimentos, pero ¿Quién es usted para pedírmelo? - Vamos a explicárselo con claridad señor Robertson, necesitamos que todas las semanas nos mande un camión de productos a la Cárcel Nacional. - Ah, ya veo, usted es el Director. - No, yo no soy el Director, pero si soy el que manda. - Mire dígale al Ministro que me escriba y veremos la forma de enviarles una ayuda, pero así no funcionan las cosas. - No señor Robertson, usted no está entendiendo bien, usted nos va a enviar un camión de productos aquí a la cárcel para ayudarnos, porque los que estamos presos pues, no estamos bien y necesitamos una ayuda de su parte y también para nuestra familia. - Mire mejor ubíquese al Ministro, si quiere en algo que el Ministro me lo pida y se lo y lo organizaremos por los canales regulares. - Pues parece que usted no quiere colaborar señor Robertson, no se preocupe, ya esto lo volveremos a hablar y estoy seguro que usted querrá colaborar con nosotros, hasta luego - y cortó la llamada. El señor Robertson se quedó sorprendido y tratando de entender lo que pasaba, tenía poco tiempo en el país y le parecía absurdo ¿Acaso los presos los estaban llamando para pedirle productos de la compañía? ¿Cómo era posible que eso pasase? Evidentemente no conocía las cosas que sucedían en el país, él no sabía que las extorsiones desde las cárceles eran muy comunes y no le prestó atención. Un par de días después recibió un sobre en la puerta de su casa, tenía sólo su nombre y no tenía remitente. Contenía una foto de sus hijos en la puerta del colegio. Esto no le gustó y menos aun cuando esa mañana volvió a recibir una llamada de Cabilla. https://www.patreon.com/posts/extorsion-88432809
Por Marcelo Crovato 14 jul, 2023
Era la noche de un viernes, día que se prestaba para muchas irregularidades como todos los viernes que coincidían con el pago de nómina, y ese día no iba a ser una excepción. El Coronel nos designó para ir a patrullar el bulevar del oeste, un sitio donde usualmente pasaba cualquier cosa. Siempre había funcionarios patrullando uniformados pero no eran suficientes, por lo que era necesario tener personal sin uniforme para apoyar y capturar a los delincuentes. Esa noche fuimos seis en un jeep chasis largo, como los que se utilizaban para transporte de pasajeros en ciertas áreas de la ciudad, sin marcas de la policía, que aparcamos junto a la peatonal. Estábamos el Sargento Carmona, los Cabos Álvarez y Castellanos, el Distinguido Franco, el Agente Da Silva y yo. De inmediato nos separamos en parejas y comenzamos a recorrer el bulevar. En este sitio yo no pasaba desapercibido, todo lo contrario, más bien podía llamar la atención para que trataran de asaltarme pero quizá era parte del plan. Esa noche me tocó trabajar con el Cabo Castellanos, quien me dijo: - Muchacho, vamos a caminar separados para cubrir más área, yo te seguiré desde el otro lado y unos metros más atrás para cubrirte. Las meretrices se encontraban fácilmente, en las esquinas esperando clientes, las podía identificar cualquiera, eran demasiado evidentes. No eran mujeres que simplemente estaban esperando un amigo o que se habían detenido momentáneamente en una esquina. El olfato de policía las reconocía de inmediato y aunque no fuese policía, cualquiera se habría dado cuenta Las había de todos tipos, de piel clara y piel oscura pelo, corto pelo largo, negras con afro o de piel clara con el pelo teñido, todas muy escasas de ropa y muy provocativas. Como el clima siempre era bueno en la ciudad no necesitaban abrigarse demasiado. Apenas llevábamos un par de cuadras caminadas por el bulevar, cuando al pasar cerca de una de las prostitutas que estaba sola, me hizo señas y me invitó a irme con ella. En eso el Cabo Castellanos se acercó; ella le dijo - Él está primero, pero si no dice nada, puedo ir contigo. - Creo que no vas a ir con ninguno. - le respondió. Entonces nos volvió a ver y se dio cuenta de su error, estaba tratando de sonsacar a unos policías. - ¿Me van a llevar arrestada? - Preguntó con cara de fastidio. Inmediatamente le respondí. - No, no has hecho nada, todavía, por lo cual debamos detenerte. Siempre consideré que no había necesidad de hostigarlas, como hacían algunos compañeros, si se limitaban a estar en un sitio en la calle y no hacían escándalos. Lo que hacían podía ser incómodo, pero no era ilegal. Le requerimos carnet sanitario para confirmar que había cumplido con controles profilácticos y procedí a revisar su bolso, aún sabiendo que lo que estaba buscando no estaría ahí. Tal como sospechaba, no portaba drogas, si la tenía, y habría jurado que sí, estaba escondida en otro sitio, precisamente para evitar los problemas. Entonces la dejamos ir, pero yo le dije. - Más vale que camines derecho, porque si te desvías, te encontrarás con nosotros. Seguimos andando y un par de cuadras más adelante oímos a una mujer que gritaba: - Ladrón, agarren al ladrón. Un muchacho joven iba corriendo, perseguido por un señor con algunos años mayor que él. No era difícil entender lo que había sucedido, un arrebatón. Tenía en las manos una cartera de mujer. Venía hacia nosotros, por lo que fingí ignorarlo hasta el momento preciso en que desenfundé mi arma, lo apunté y amartillé el revólver. Ese click tan característico y tan suave, se oyó claramente en toda la cuadra, en el silencio de la noche, dominando todo el espacio y marcando la pauta del momento. Entonces el ladrón volteó la cara, me vio y vio al cabo Castellanos que también lo apuntaba desde una posición varios metros a mi izquierda. Fue suficiente para darse cuenta que había perdido la partida, estaba atrapado. El hombre que corría detrás de, se acercó a nosotros, ya caminando y gritó, cansado: - Le arrancó la cartera a mi esposa. Entonces Castellanos le dijo: - ¡Pégate contra la pared! ¡No te muevas! El delincuente ya tenía experiencia, porque soltó la cartera y puso las manos contra la pared, con las piernas abiertas. Castellanos procedió a revisarlo, pensó que seguramente le encontraría porción de drogas. Le sacó algo del bolsillo, alzó la mano y me lo mostró diciendo: - Mira muchacho, una navaja. Entonces procedió a ponerle las esposas y le ordenó que se acostase boca abajo. Revisé la navaja, de hoja bastante grande, pero ordinaria, automática, ninguna pieza de cuchillería de calidad, pero el resorte de apertura funcionaba bien. Ya nos había alcanzado también la dueña de la cartera y Castellanos le preguntó: - ¿Los amenazó con esta arma? - No, no lo hizo, pasó corriendo y me arrancó la cartera. Castellanos se quedó mirando al esposo de la señora, que estaba persiguiendo al ladrón y le dijo: - Tuvo suerte de no alcanzarlo, de haberlo hecho, seguramente habría usado la navaja y quizá usted ya no estaría en este mundo. Creo que se dió cuenta del peligro que había corrido porque palideció un poco. Tomamos nota de la víctima y su acompañante, y les indicamos que deberían dirigirse a la División de Inteligencia y Contra el Vicio de la Policía Metropolitana, pero no podían ir con nosotros, ya que no disponíamos de vehículos suficientes con el delincuente a bordo, era imposible trasladar a la víctima. Cuando llegamos al jeep que teníamos asignado, vimos que se acercaban el Cabo Álvarez y el Distinguido Franco con una persona que era arrastrada a los golpes. Esto no es el deber ser, por lo que evidentemente, algo grave debía haber ocurrido. Lo cierto es que sucede que uno se ve en situaciones muy lamentables que superan la sangre fría del policía. También vimos que con ellos venía un niño de la calle, quizá de unos ocho o nueve años, pero era difícil saberlo ya que todos estos niños siempre son de baja estatura por la desnutrición, sucios y harapientos, con cara de sufrimiento. Castellanos dijo: - Compadre ¿que pasó? ¿Por qué lo traes así?. Entonces Álvarez, con voz llena de ira, le dijo al niño: - Explícale lo que pasó. El niño comenzó a hacer algunos ruidos y gestos y nos dimos cuenta que era mudo. Entonces nos dio a entender que el hombre lo había obligado a practicarle el sexo oral. - Lo sorprendimos en plena faena. - Dijo Franco furioso. En ese momento entendí por qué los muchachos estaban haciendo lo que no se debe hacer, un pedófilo no es gente ni para los policías ni para los delincuentes duros. En ese momento llegaron el Sargento Carmona y el Agente Da Silva con un par de prostitutas que no portaban documentación en órden. Metimos a todos los detenidos en la parte trasera del jeep. Afortunadamente era de los de chasis largo, así que nosotros pudimos ir sentados Al ladrón lo sentamos en el fondo del vehículo esposado y a las prostitutas simplemente les dijimos que se subiesen. Al pedófilo lo metimos sin la mínima delicadeza, tirado en el suelo y le montamos los zapatos encima. Cada vez que quería hablar, Franco lo callaba de una cachetada, diciéndole: - ¡Cállate, que no tienes derecho a nada! Primero fuimos a la Jefatura Civil a llevar a las prostitutas, ya que a ellas no correspondía llevarlas a la sede de la DICV, por cuanto su situación no era considerada como un delito, sino como una falta. Cuando abrimos la puerta del Jeep y se bajaron, una de ellas preguntó: - ¿Qué hizo ese hombre, que lo tratan así? Entonces Álvarez les explicó lo que había sucedido. No bien había terminado de decirlo, cuando ambas se le abalanzaron encima con una ferocidad tal que no podíamos detenerlas, mientras le gritaban toda clase de improperios. - Maldito, ¿Para qué estamos las putas? ¿Por qué tienes que abusar de un niño? No sé cómo al final logramos separarlos. Ellas no conocían al niño, pero nadie tiene el menor sentimiento positivo hacia un violador de niños. Dejamos a las meretrices en la Jefatura Civil, en lo personal con una satisfacción, al ver su reacción, se ganaron mi respeto, podían ser prostitutas, pero no dejaban de ser seres humanos, incluso seres humanos decentes. Acto seguido nos llevamos al ladrón y al pedófilo al comando de la División de Inteligencia. El ladrón pudo oír la historia y en el jeep también hizo todos los intentos por golpear al pedófilo, podría ser un ladrón, pero tenía dignidad.  Al final entregamos a los dos delincuentes en la receptoría de detenidos de la división y procedimos a llenar las actas policiales correspondientes. La estadía en los calabozos de la División de Inteligencia debe haber sido muy desagradable para el pedófilo, ya que el ladrón no habrá perdido la oportunidad de informarle a todos los demás delincuentes porque estaba detenido ese hombre.
Por Marcelo Crovato 05 jul, 2023
Nota del Autor: "Abigeos" es un cuento ganador del concurso de Editorial Rubín y que será parte del libro homenaje a Agatha Christie titulado "Cómplice el que lee" el cual será publicado el 15 de septiembre del 2023. También será parte junto con otros cuentos inéditos de la antología "Tiene derecho a guardar silencio. Antología policial y criminal" a ser publicada este año. Esta es una historia segurmente real, no dudo que en más de una ocasión, algo muy similar a los hechos relatados haya ocurrido, y que refleja los orígenes de la Guardia Nacional de Venezuela. La Guardia Nacional tenía poco tiempo de constituida. Eso era bueno y era malo. Lo malo es que los los nuevos Guardias Nacionales tenían poca experiencia en operaciones reales, lo bueno es que el entusiasmo y la vocación de servir y demostrar que podían hacer todo lo que la Patria le requiriese eran del mayor nivel posible. En ese entonces los oficiales de la Guardia Nacional eran del Ejército, pero el personal de tropa era todo especialmente formado para la Guardia Nacional. Su función era más que nada la protección de las zonas rurales del país, en ese entonces Venezuela era un país con pocas poblaciones grandes, pocas ciudades grandes. La mayoría de las capitales de estado, eran pueblos grandes. A excepción de Caracas, todo el interior del país tenía un aspecto pueblerino. Había vientos de guerra en Europa. Aunque todos esperaban que no sucediese, el recuerdo de la Gran Guerra aún estaba presente. Se esperaba que esto no influyese en Venezuela. No obstante, se le indicó a la Guardia Nacional que debía tener especial atención con el cuidado y la protección de los productores del campo, por cuanto asegurar la producción de alimentos para todos los habitantes del país e incluso para apoyar al mundo libre en caso de declararse la guerra, era algo fundamental. La Guardia Nacional patrullaba las zonas rurales a caballo recordando un poco a la muy famosa Real Policía Montada del Canadá. En esta ocasión se encontraba una escuadra operativa formada por el Teniente Linares y los guardias nacionales Chacón, Pernía y Marcano. Los guardias no podían ser más distintos Chacón y Pernía, como buenos andinos, eran muy callados y muy reservados, mientras que Marcano, como buen margariteño, no podía parar de hablar y era de lo más dicharachero. El Teniente Linares era hijo de una familia caraqueña y de quien se decía estaba lejanamente emparentado con el expresidente General Francisco Linares Alcántara. Esta escuadra operativa estaba asignada al Estado Portuguesa, donde visitaban con frecuencia las haciendas, que en esta zona básicamente producían carne, leche y queso. Entraban a cada uno de los hatos, para conversar con los capataces o los propietarios, de estar estos presentes, para conocer su situación y ofrecer la ayuda de la institución siempre que les fuera posible. Tenían tiempo sin pasar por la hacienda “El Centauro”, Al llegar encontraron a su propietario, don Luís Paredes, en el porche. - Buenos días, don Luís. - Teniente Linares, hace tiempo que no pasaba por acá. Es mi día de suerte que haya venido. - Dígame don Luís, ¿en qué podemos serle útiles? - Ahora le cuento, pero dígale a sus muchachos que pasen a la cocina a servirse café y dejen descansar a los caballos. - Ya oyeron a don Luís, pasen a la cocina y descansen un rato y atiendan a los animales. - Últimamente se me han estado perdiendo algunas cabezas de ganado. No eran muchas, por lo que al principio podía asumirlas como pérdidas fortuitas, aunque no he visto fieras merodeando por acá. Pero se ha hecho muy frecuente y esto ya no es casualidad. - Ya veo, tenemos abigeos en la zona. Esto está dentro de nuestras funciones principales. - Me alegra que lo diga, porque esta mañana hemos encontrado que falta un buen número de animales, posiblemente unos cincuenta. - Eso es bastante decir. Desde tiempos inmemoriales, el robo de ganado había sido considerado un crimen. Hace miles de años, el símbolo de la riqueza eran la tierra y el ganado. Por eso los abigeos habían sido perseguidos sin compasión. - Sería bueno, don Luís, que contásemos con un baqueano. - Lo pensé, mi capataz los acompañará. Desde niño ha vivido en esta zona y la conoce mejor que nadie. - Perfecto, los encontraremos y les haremos pagar su crimen. No había pasado mucho tiempo y llegó a la casa de la hacienda un llanero curtido por el sol, con cara muy seria. - Antonio, necesito que acompañes al Teniente, para que lo guíes. Van a perseguir a los ladrones. - Que bueno don Luís, - dijo con una sonrisa - que vamos a cazar a esa gente, porque nos van a terminar dejando sin ganado. Voy a ensillar un caballo para salir. Los caballos de los militares estaban bastante descansados, no habían caminado mucho esa mañana y pudieron descansar un poco, así que cuando llegó Antonio pudieron salir de cacería. A cazar ladrones...
Por Marcelo Crovato 20 jun, 2023
- Señora Andrade, tenemos a su marido, el licenciado Andrade - ¿Cómo? ¿Qué ustedes qué? ¿De qué me están hablando? - Así como oyó, tenemos a su marido y si lo quiere de vuelta, queremos 50.000 dólares. - Ustedes están locos ¿Esto es una broma o qué? - No señora, no es ninguna broma y más vale que se ubique, si usted quiere volver a ver a su marido. Queremos 50.000. - Pero ¿de dónde voy a sacar yo 50.000 dólares? - Eso es problema suyo, consígalos porque suponemos que usted quiere al señor Andrade. Si no lo quiere, nos avisa y cerramos esto de una vez. - No, esperen. - Bueno entonces apúrese y no llame a la policía. La volveremos a llamar en 12 horas. La señora Andrade entró en desesperación, no sabía qué hacer. Lo primero que se le ocurrió fue llamar a su hijo y contarle. - Roberto, he recibido una llamada terrible, me dicen que tu padre está secuestrado. - Mamá pero no puede ser. ¿Cómo fué? - Hijo me acaban de llamar ¿Qué podemos hacer? - ¿Trataste de llamar a papá? - No. - Bueno eso es lo primero para ver si realmente está secuestrado o es un truco, un secuestro virtual. Voy para allá de inmediato. La señora Carmela Andrade intentó llamar al teléfono de su marido, pero éste aparecía desconectado. Lo intentó repetidas veces, siempre con el mismo resultado. Entonces empezó a creer que la pesadilla era real. A los pocos minutos llegó Roberto y le dijo: - Roberto, estoy tratando de llamar a tu padre y el teléfono está apagado. - Entonces es posible que sea cierto, tenemos que avisar a la policía. - No hijo, me dijeron que no debíamos avisar a la policía. - Madre siempre lo dicen, pero los únicos que nos pueden ayudar son los policías. - ¿Y tú confías en los policías? - No en todos pero tengo un buen amigo que nos puede ayudar. Emilio Martínez fue Comisario en la policía y tiene muchos contactos. Lo llamaré de inmediato. - Buen día Emilio. - Hola Roberto ¿Cómo estás? - Mal, acaban de secuestrar a mi padre. - ¿Estás seguro? - Mi madre acaba de recibir una llamada al respecto. Yo le dije que debíamos avisar a la policía, pero ella no quiere, porque le dijeron que no lo hiciese. - Siempre lo dicen, pero es necesario. Tengo un amigo en la unidad antisecuestros. Fue mi alumno y es un muchacho brillante. - ¿Confías en él? - Plenamente. - De acuerdo. - Mándame la dirección donde estás, voy para allá. Al poco tiempo llegó el Comisario Emilio Martínez. Tenía varios años retirado, pero no había perdido el estilo y sus habilidades. Para la señora Carmela fue, después de todo, un alivio. La seguridad del Comisario Martíinez le inspiraba una gran confianza y volvió a creer que vería a su marido. Le contó todo, lo poco que podía, en realidad no era mucho y en principio la acción primordial del Comisario Martínez era calmarla para ayudarla a recordar cada mínimo detalle. Minutos después fueron interrumpidos por el timbre. Martínez se dirigió rápidamente a la puerta y abrió diciendo: - Gracias por venir tan rápido Sarmiento. - Por usted profesor, lo que sea. - Bueno Sarmiento te voy a poner al tanto de lo sucedido. La familia tiene miedo porque no confían en la policía, tú sabes que las instituciones han tenido muchos problemas últimamente, pero yo confío en ti. - Muchas gracias profesor tenga por seguro que no lo defraudaré. - Comencemos, por ponerte al tanto, aunque no es mucho lo que sabemos. - En pocas palabras Sarmiento se enteró de los detalles, entonces Martínez dijo - tenemos que empezar el operativo, debemos investigar muy discretamente. Tu sabes de esto, porque fuiste mi alumno estrella. - No se preocupe profesor tengo algunos detectives que son excelentes. Voy a mandar a intervenir todos los teléfonos y a investigar el sitio del suceso. Necesitamos saber a qué hora salió el señor Andrade, a qué hora se recibió la llamada, cuál es su ruta. Sarmiento puso en acción a su equipo. Los Detectives Flores y Garrido recorrieron en una moto, la ruta por la que el señor Andrade debía haber transitado y las calles aledañas para tratar de conseguir información y tratar de ubicar el vehículo. El Detective Noguera se encargó de pinchar todos los teléfonos Hecho esto, Martínez le preguntó a Roberto - ¿Tienen capacidad para pagar el rescate? - Es muy difícil, pero sí podríamos conseguir una buena parte. Habrá que pedir unos cuantos favores pero podríamos conseguir no sé si todo pero sí una cantidad sustancial. - Muy bien, ponte en eso. Lo fundamental es rescatar a tu padre. Nosotros siempre queremos atrapar a los secuestradores, pero lo fundamental es la vida de la víctima Roberto se encargó de eso rápidamente, buscando lo que tenían disponible y pidiéndole a todos sus amigos, inventándole a todos un cuento medianamente creíble, que en realidad muchos no creyeron, pero pudieron captar la preocupación en la voz de Roberto y comprendieron que algo grave pasaba y debían ayudar. Al final habían conseguido casi todo el dinero. Repentinamente sonó el teléfono. Martínez le dijo a la Sra Andrade - Atienda normalmente, haga como si no hubiese nadie con usted. Sarmiento activó el sistema de escucha y pudieron seguir toda la conversación. - Aló. - Sra. Andrade, confiamos en que usted ya nos tendrá buenas noticias, porque queremos enviarle a su marido a la brevedad, no somos tan malos, lo que queremos es el dinero y con eso usted podrá tener a su marido de una vez. Dígame ¿Tiene el dinero? - Conseguí solamente 42.000 dólares, no es fácil conseguir tanto dinero en tan poco tiempo, tuvimos que apelar a amigos, conocidos, todo lo que había. - Señora 50.000 son 50.000. Pero ya Martínez había aleccionado a la señora Andrade y ella le respondió: - Sí, pero usted sabe, porque usted conoce su negocio, que no es tan fácil. Esto lo tengo y lo tengo ya, me imagino que usted quiere su dinero tanto como yo quiero a mi marido de regreso. Si hubiese conseguido los 50.000 le tendrían 50.000, porque por 8.000 dólares yo no voy a perder a mi marido. - Bien, oiga con cuidado las instrucciones para entregarnos el dinero. Lo va a dejar en un bolso de tela azul, detrás de los contenedores de basura que están en el cruce de la avenida Ávila y la calle Orinoco. Cuando tengamos el dinero y lo hayamos contado, le daremos un billete a su marido para que pague un taxi hasta la casa. - No voy a ir yo va a ir mi hijo, usted comprenderá yo soy una señora mayor. - Sí, su hijo Roberto, ya su marido nos habló de él. No hay problema, eso suele ser así. El camión recogedor de la basura, pasa entre seis y siete de la mañana. Para evitar accidentes, deben dejar el bolso a las ocho en punto de la mañana. Que su hijo deje el bolso y se vaya de inmediato, porque si se queda por ahí viendo, usted no va a ver ni a su marido ni a Roberto. - De acuerdo así lo haremos. Sarmiento le explicó el procedimiento a Roberto, quién preguntó - ¿Voy a llevar un micrófono o una cámara? - No, en absoluto, eso no se hace y no hace falta, no te preocupes. - ¿Cómo van a hacer? Entonces Sarmiento sacó un maletín bastante grande, de metal, lo abrió y se los mostró. Roberto dijo - ¿Qué es eso? parece un dron. - Efectivamente es un dron. Lo usamos para estos casos, no necesitamos tener a nadie cerca vigilando. Podemos estar a algunos cientos de metros, este dron puede elevarse a más de 200 m sobre la calle y nadie lo va a buscar en el cielo. - Luego miró a Roberto muy seriamente y le dijo - Recuerda deja la bolsa y te vas. Olvídate de todo, nosotros estamos vigilando con el dron, tú tienes que irte, no queremos que te arriesgues. A la hora apropiada, Roberto salió con la bolsa. Se dirigió rápidamente en su auto al sitio donde había que entregar el rescate, lo colocó detrás de los contenedores de basura y aunque le habían dicho que se fuera rápidamente, no pudo evitar mirar a su alrededor y elevar una oración para que su padre llegase pronto a casa. Entonces se fue. Mientras tanto, a un par de cientos de metros, estaban Flores y Garrido esperando, con el dron ya volando muy alto y supervisando el sitio. Al poco tiempo llegó un motorizado que se detuvo junto a los contenedores. El individuo tenía un suéter azul y un casco común y corriente. Se agachó detrás del contenedor y agarró la bolsa. Los detectives arrancaron en la moto. Garrido controlaba el dron y daba las indicaciones a Flores, quién manejaba la moto. No necesitaban acercarse, el dron impediría que perdiesen al secuestrador, de esta manera tendrían la ventaja de no poder ser vistos, y por tanto, no serían detectados. El motorizado circulaba a una velocidad moderada, estaba pendiente por si acaso lo seguían pero no quería llamar la atención y la mejor forma era no huir, sino circular naturalmente. Cuando iba pasando frente a la comisaría de la Policía Nacional de la calle La Cañada, se detuvo en todo el frente, se bajó de la moto y entró, muy naturalmente. Los detectives están indignados, el secuestrador era policía. Mantuvieron la vigilancia con el dron sobre la motocicleta. El conductor podía cambiarse el suéter pero el vehículo se mantendría ahí. Avisaron a Sarmiento quien le indicó a Noguera que pasase por el sitio y tomase nota de las placas de la moto. No quería que Flores y Garrido se moviesen de su posición, por si acaso la moto se movía y no perderla en el precioso tiempo que necesitarían para ponerse en acción nuevamente. Al tener este dato, Sarmiento solicitó información de las mismas y confirmó su sospechas. La motocicleta era de la Policía Nacional. Los secuestradores, eran policías. Sarmiento se dirigió al despacho del Fiscal Duarte, con el que había trabajado varios casos, estableciéndose entre ambos el respeto de reconocer el profesionalismo y la capacidad del otro y le dio toda la información. Este autorizó el uso de la fuerza de intervención del grupo antisecuestro para tomar la comisaría. El Fiscal Duarte ingresó a la comisaría, se identificó en el mostrador e hizo una seña. Para sorpresa de todos los que estaban en la comisaría, rápidamente ingresaron Sarmiento, sus tres detectives y diez hombres de la fuerza de intervención. El Fiscal ordenó a los funcionarios de la Policía Nacional que ninguno se moviese y mantuviesen las manos a la vista. Los efectivos de la unidad de intervención penetraron rápidamente la comisaría inspeccionando todos los rincones. Sarmiento, los detectives y el fiscal procedieron a inspeccionar los calabozos y requirieron la lista de todos los reclusos. Los primeros calabozos estaban abarrotados, pero al final del pasillo, después de unos calabozos vacíos, supuestamente por deterioro, había un pequeño calabozo, donde estaba una persona que claramente no tenía el aspecto de ser un delincuente encarcelado. Duarte y Sarmiento lo miraron, el hombre los miró con cara muy atemorizada y Sarmiento dijo - Señor Andrade. El hombre lo miró sin saber si debía alegrarse o aterrarse. Enseguida Sarmiento comprendió la situación y le dijo -Sr Andrade, vinimos a liberarlo soy el Inspector Sarmiento de la división antisecuestros, su esposa lo está esperando. Con esta palabras volvió el color al rostro del señor Andrade quién se levantó, pero no pudo tenerse de pie y cayó. Entre Duarte y Sarmiento lo levantaron y lo llevaron a la entrada de la comisaría. Mientras tanto, los funcionarios de la unidad de intervención desarmaban a todos los funcionarios de la Policía Nacional que se encontraban presentes. Cuando entraron a la oficina del Comisario, éste gritó y amenazó a los funcionarios de la división antisecuestros, pero el fusil del comando y la pistola de Garrido le mostraron que lo más sensato era quedarse tranquilo y aceptar la derrota. Garrido procedió a inspeccionar la oficina y encontró la bolsa azul con 42.000 dólares. La tomó y le dijo - “Comisario usted es un hijo de puta que nos deshonra a todos los policías. Mi mejor amigo murió hace tres meses rescatando a un secuestrado y mientras tanto usted es un secuestrador”. - Sin ninguna consideración, lo estrelló contra la pared y le puso las esposas.
Por Marcelo Crovato 14 jun, 2023
Nota del Autor: "Microtráfico" es un cuento ganador del concurso de Editorial Rubín y que será parte del libro homenaje a Agatha Christie titulado "Cómplice el que lee" el cual será publicado el 15 de septiembre del 2023. También será parte junto con otros cuentos inéditos de la antología "Tiene derecho a guardar silencio. Antología policial y criminal" a ser publicada este año. Esta es una historia completamente real en la cual participé. La Policía Metropolitana era una policía para el patrullaje, de la investigación de los crímenes se encargaba la Policía Técnica Judicial, pero el microtráfico de drogas había aumentado demasiado y la criminalidad que generaba también. Esto hacía que la policía judicial muchas veces no prestase atención a los pequeños delitos que tanto molestaban a la gente. Por esta razón se creó la División de Inteligencia y Contra el Vicio. A los compañeros les gustaba trabajar conmigo, ya que era el único en toda la división que no tenía aspecto de policía, lo cual era muy útil para pasar inadvertido en ciertas situaciones. Cuando había operativos de control de locales nocturnos, por ejemplo, me tocaba entrar a los establecimientos siempre de primero, como si fuese un cliente más. Incluso muchas veces me pedían identificación, para asegurarse que no era menor de edad. Una vez en el local, mi función era controlar el mismo cuando ingresaban los compañeros, en ocasiones con el Comisario en ocasiones con el mismo Coronel Hidalgo. Era usual que en esas condiciones alguna persona tratase de deshacerse de un pequeño alijo de drogas en el baño. Una noche nos llegó una información sobre un punto de distribución de drogas. Esto es algo que nosotros perseguíamos con saña y era una de nuestras principales funciones. El lugar se encontraba ubicado en un pueblo cercano a la ciudad. El Sargento Heredia se comunicó a control maestro, para informar que se iba a ejecutar un operativo antidrogas, indicando la cantidad de funcionarios. Esto era muy importante ya que si nos encontramos con una comisión de otro cuerpo policial, podíamos demostrar que nos encontrábamos en funciones en una operación encubierta. Al llegar, debíamos comprar una porción de drogas para confirmar la información. El Sargento Heredia prefirió que no fuese yo el comprador, ya que con mis ojos verdes y mi piel muy blanca era obvio que yo no vivía en esa zona de muy bajos recursos e iba a destacar demasiado. Entonces le dio la orden al Distinguido Brito, él era delgado, moreno no muy alto y pasaba completamente desapercibido en la zona. La compra fué muy sencilla y rápida y con la porción adquirida, regresamos a la comandancia para informar al comisario. Él nos entregó una orden de allanamiento para ingresar en esa casa. Afortunadamente había jueces que colaboran con nosotros y nos dan órdenes de allanamiento firmadas y selladas pero en blanco para que nosotros pudiésemos colocar la dirección, ya que era frecuente que la información la descubrimos en horas en las cuales los tribunales no estaban en audiencia. De regreso al barrio, el Sargento Heredia nos dividió en dos grupos. Yo debía ir por la parte trasera de la casa con el Distinguido Rosales y él iría por la parte delantera de la casa con el Cabo Guillén y el Distinguido Brito. El Sargento y su equipo se apostaron cerca de la entrada y esperaron a que Rosales y yo estuviésemos en posición. El patio trasero de la casa tenía un muro pegado a un árbol. Ayudé a Rosales a subir al árbol, para que pudiese controlar el patio, protegido de miradas por el follaje del árbol. Yo me paré junto a la puerta y avisé por el radio que estábamos listos. Entonces el Sargento tocó la puerta y al asomarse una cara por la ventanilla dijo “Policía Metropolitana, esto es un allanamiento, abra la puerta... https://www.patreon.com/posts/87984436
Por Marcelo Crovato 18 may, 2023
Por los compañeros caídos Nota del autor: este relato se preparó para participar en un concurso, era obligatorio utilizar lo siguiente: "Planta cuarenta y ocho puerta veinticuatro." Usábamos los eufemismos, no queríamos decirle los nombres reales para no sentirnos tan mal, para levantar un poco el ánimo. Le decíamos planta para distanciarnos del pasillo, le decíamos puerta para no decir celda. Pero ese es uno de los peores recuerdos de mi vida, la celda veinticuatro del pasillo cuarenta y ocho o como decíamos la puerta veinticuatro de la planta cuarenta y ocho. Estábamos en los sótanos de la sede de la policía política. La dictadura no perdonaba la disidencia, la dictadura no perdonaba pensar distinto, es más, la dictadura no perdonaba pensar. Todos acá éramos de alguna forma de la resistencia, ese conglomerado de gente que ama a su patria y que lucha por un mismo ideal, la libertad, sin que nos conociésemos. Todos sabíamos que cada quien de los que ahí estábamos, había sido activo a su manera y había enfrentado al dictador. Algunos de los muchachos que estaban con nosotros en esos pasillos, simplemente habían participado en las marchas de protesta. Otros habían enfrentado valientemente a los órganos represivos, a la Guardia Nacional y a la Policía Nacional, haciéndolos retroceder, pero pagando muy caro su osadía, ya que la represión siempre se desataba brutalmente y la sangre de nuestros muchachos bañaba las calles. Pero había otros que se habían dedicado a obtener, de formas muy valientes, información, por ejemplo, de los casos de corrupción o de narcotráfico, además de otros crímenes del régimen. Algunos eran hackers y penetraban las computadoras, otros se infiltraban en las oficinas del gobierno o incluso trabajaban en los mismos despachos de los cuales se sacaba la información y la hacían llegar a los miembros de la resistencia que podían utilizarla o difundirla. Esa información se había podido hacer llegar a organismos internacionales, con lo que logramos convertir al régimen en un paria. Cuando llegaba a hacerse del dominio público alguna información de este tipo, los jerarcas del régimen entraban en cólera y ordenaban desatar la represión. Ellos querían saber cómo esa información reservada salía de sus archivos secretos, pero la resistencia tenía gente en todas partes, gente convencida que la libertad de la patria era lo más importante y por la patria y por su gente, hacían todos los sacrificios, corrían todos los riesgos. La mínima sospecha podía hacer que llevase a una persona a los calabozos, que implicaban también la tortura, incluso, en ocasiones, a la muerte. Algunas veces simplemente detenían a personas que habían expresado su inconformidad con el sistema de gobierno, en ocasiones por hacerlo en redes sociales, y los presionaban para sacar la información, información que muchas veces no conocían, pero eso no importaba a los esbirros, a fin de cuentas ellos, sentían el placer de causar dolor. Ese dolor era parte del castigo por disentir. Pero además de todo, también estaban el hambre, el agotamiento, las malas condiciones. Dormíamos sobre planchas de cemento, por lo que todas las mañanas amanecíamos adoloridos. Nunca podíamos descansar bien, porque aparte de todo estaban los ruidos, las linternas de los guardias, las luces que en ocasiones dejaban prendidas toda la noche para no dejarnos dormir, a veces simplemente golpeaban las puertas de las celdas por molestar, solo por molestar. Y también la comida, que era poca y muy mala. Ocurrió que algunas veces nos la enviaban descompuesta, otras ocasiones tenía insectos o gusanos. La mayoría de las veces era apenas comible, era tan mala que algunos de los compañeros ya parecían esqueletos, de tan poco que comían. Supuestamente incluía carne o pollo, pero en cantidades más pequeñas de las que se le servían a un bebé. Me hacía recordar lo que había leído de los campos de concentración en la Segunda Guerra Mundial. Yo pensaba que esa era una época que había quedado atrás en la humanidad, pero no era así, en este momento era muy real. Uno de los compañeros no pudo soportar la presión, era una persona mayor y un buen día decidió terminar con su existencia. Lo lamentamos mucho, porque era un buen hombre, siempre un amigo, siempre alguien dispuesto a darnos un consejo. Pero ese día, él no tenía consejos para sí mismo, solamente una cuerda, y el aviador voló alto, a una nube desde la cual nos mira. Uno de los compañeros fue llevado a uno de los pisos altos para interrogarlo. Oficialmente dicen que se suicidó, que se arrojó por una ventana, pero sabemos que no es así. A los esbirros se les fue la mano, el concejal no aguantó. Según me dijeron, porque tenía problemas del corazón, y para tapar el error, decidieron arrojarlo por la ventana, para decir que se había suicidado y que todas las lesiones eran de la caída. Los muchachos contaban sus historias de la calle, de cómo entre todos se enfrentaban a las tanquetas de la Guardia Nacional o de la Policía Nacional. Muchachos muy valientes que se protegían con escudos, la mayoría hechos con varias capas de cartón pegadas, en ocasiones con refuerzos de algún otro material, para aminorar el daño que pudieran causar los perdigones plásticos que usaba la policía. Hace muchos años la policía utilizaba unos perdigones de plástico suave que dolían pero no dañaban, pero los cambiaron por unos de plástico duro que causan mucho daño. Uno de los muchachos recordaba que vio morir a su lado a una joven que le dispararon con el perdigón plástico a la cara, muy cerca, le destrozaron el rostro y falleció. Los muchachos usaban los escudos para cubrir a los compañeros cuando tenían que rescatarlos porque caían heridos. Entre varios los tapaban y otros, sin escudos, cargaban a los heridos. Aprendieron la técnica de los legionarios romanos. Es doloroso ver como nuestros jóvenes, que deberían estar formándose en las universidades para dar su energía y sus conocimientos al país, están luchando en las calles y están cayendo asesinados bajo las balas criminales de los militares, los policías y los paramilitares del régimen. A mí me comparan con ellos, para burlarse de mí los esbirros me dicen el abogado guarimbero. Pero no es correcto, no estoy a la altura de ellos, nuestros muchachos, nuestros estudiantes, nuestros guarimberos, son la forma suprema de amor a la patria. Ellos no han temido, con sus escudos de cartón, enfrentar a los inmisericordes asesinos del tirano. Esos escudos de cartón han sido más duros, más fuertes, que la moral de muchos de los líderes políticos, que se aprovechan de ellos, utilizándolos para negociar prebendas y beneficios con la dictadura. Esos muchachos me apreciaban y respetaban mucho, porque yo era uno de los abogados que los defendían en los tribunales cuando eran detenidos. Muchas veces me los cruzaba en las calles donde ellos habían levantado las barricadas. Ellos decían “deja pasar al abogado que él es amigo nuestro”. No sabía quiénes eran, porque encapuchados se veían todos iguales, y en verdad sí, eran todos iguales, eran todos verdaderos héroes. Cuando llegué al calabozo, no dejaron de manifestarme su respeto. Ellos me agradecían y me admiraban, pero creo que no me admiraban más de lo que yo los admiraba a ellos. No todos nuestros compañeros eran de la resistencia, algunos eran simples comerciantes o empresarios. El régimen es una organización económico criminal dedicada a todos los negocios turbios que podían conseguir. Entonces cuando era necesario eliminar la competencia para mantener un monopolio, podían comprar las empresas de terceros, si no querían venderlas se las podían expropiar o simplemente podían encarcelarlos para que entendiesen que era mejor negociar y aceptar vender sus empresas. Una extorsión de la peor forma posible. Otros de nuestros compañeros eran personas que ni siquiera sabían por qué estaban ahí. En ocasiones el gobierno necesitaba sostener una narrativa de las cosas que decían, de las mentiras que inventaban a fin de justificarse, y para hacerlo necesitaban culpables. Esos culpables podían ser buscados incluso casi al azar. Esto también sucedía en casos de comunes, pero en estas circunstancias, la motivación era solo económica, la extorsión. Recuerdo que uno de los muchachos me contó sobre un grupo de funcionarios que fueron a un sector residencial de clase baja, el mismo dónde él vivía, y eligieron a diez personas al azar. Uno de los policías dijo por la radio “listo jefe, ya tenemos a toda la banda”. Cuando llegaron a la sede policial, el jefe les dijo colocando un alijo de drogas sobre su escritorio: “ustedes tienen entre todos que pagar tal cantidad de dinero, si no la consiguen esta droga será de ustedes” y les dio 72 horas para conseguir lo que en realidad, era un rescate por un secuestro hecho amparado en las leyes. Cuando pude salir, quise olvidarlo, olvidarlo para siempre. En la Corte Penal Internacional de La Haya están investigando los crímenes del régimen tiránico que aniquila nuestro país y me han pedido que declare mi experiencias. Quería olvidarlo porque es demasiado duro, demasiado doloroso. Pero se lo debo a ellos, a mis compañeros, a los que cayeron en los calabozos de la dictadura y a los que cayeron en las calles luchando por la libertad. Y también a los que están vivos y todavía sufren en esas mazmorras, por ellos decidí volver, aunque sea solo en mis pensamientos. Planta cuarenta y ocho puerta veinticuatro no pensaba tener que volver aquí de nuevo .
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