Por Marcelo Crovato
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27 sept, 2023
Para quienes lean este libro, sin ser de Venezuela, la situación será completamente incomprensible. Por ello es necesario escribir esta introducción, aclarando lo que toca vivir día a día, por increíble e inverosímil que parezca. Hablar de reclusos fuertemente armados, con ametralladoras, suena totalmente irreal, pero recuerde que estamos hablando de Venezuela, un país que se convirtió en un estado fallido, aunque en mi opinión, decirle estado fallido es darle mucho reconocimiento. La extrema corrupción de la Guardia Nacional, ente militar encargado de la custodia perimetral y de las entradas de las cárceles, permitió el ingreso de armas de todo tipo y en grandes cantidades a las cárceles. En principio algunas pistolas y revólveres, luego unas granadas y al final cualquier tipo de armas. Por supuesto, también de drogas, teléfonos celulares y cualquier otra cosa que los reclusos pudiesen desear. Cuando fui Director de la cárcel de Yare, para el año 1999, las armas eran pocas y las granadas menos aún. No obstante, encontré una penitenciaría totalmente bajo el control de los reclusos. En ese entonces pude desarrollar un plan de control y desarme exitoso, pero vergonzosamente para toda la dirección de prisiones, fui el único. También pude demostrar que las armas eran introducidas por efectivos de la Guardia Nacional, ya que, en las actas de incautación, apareció tres veces la misma arma, que luego de ser retenida, era entregada a los efectivos militares. Agotado por el nivel de exigencia para lograr las metas, renuncié a mi cargo, renuncia que no fue aceptada y se me asignó a otro cargo, con funciones de oficina y no de comando. Apenas entregué mi comando, las armas volvieron a ingresar y un par de meses después, los funcionarios que habían trabajado a mi cargo me pidieron apoyo para tratar de hacer una incautación de una subametralladora Ingram. La superioridad me negó el apoyo y la situación se desbocó. Esta historia está contada en mi novela "Techos Rojos Abismo Rojo, la historia", de la cual este libro es la tercera parte, pese a que la segunda no ha sido publicada, pero está en proceso y también es absolutamente real, al igual que la primera parte. Quince años después, cuando la dictadura me envió como preso político a un anexo de la misma cárcel, conocido como Yare 3, ya lo que tenían los reclusos de Yare 1 no eran algunas pistolas, sino también fusiles y ametralladoras que pude ver a la distancia. Y también, disponían de una cantidad casi infinita de municiones, lo cual comprobábamos por la cantidad de disparos al aire que hacían cuando algún preso de alto nivel en la organización criminal interna obtenía la libertad. Algunos años antes de eso, visité como abogado numerosas cárceles y en las mismas me recibía algún lucero, es decir, el personal de seguridad del “pran”, quien era el líder máximo de la organización criminal interna. Ellos se encontraban en la entrada, armados con fusiles FAL, iguales a los que yo usé en el Ejército, verificando quienes eran las personas que ingresaban. A ellos les indicaba que era abogado e iba a conversar con algún defendido mío. Entonces este lucero notificaba con un radio portátil que un abogado deseaba ingresar y posteriormente autorizaban mi ingreso. Todo esto frente a un efectivo militar de la Guardia Nacional. En este momento, usted se estará preguntando ¿por qué no se escapan los reclusos, si están tan fuertemente armados? La respuesta es: porque desde las cárceles manejan mucho, muchísimo poder. Coordinan una enorme cantidad de actividades criminales, narcotráfico, extorsiones y secuestros mayormente. Además, dentro de las cárceles tienen mujeres, ingresan prostitutas sin límites, han construido piscinas y discotecas, todo costeado con los recursos propios de las bandas criminales. Está bien, le reconozco que suena increíble, pero no dude que es la absoluta verdad. Es Venezuela, un país para el que convertirse en un estado fallido, sería un gran avance.