Era la noche de un viernes, día que se prestaba para muchas irregularidades como todos los viernes que coincidían con el pago de nómina, y ese día no iba a ser una excepción. El Coronel nos designó para ir a patrullar el bulevar del oeste, un sitio donde usualmente pasaba cualquier cosa. Siempre había funcionarios patrullando uniformados pero no eran suficientes, por lo que era necesario tener personal sin uniforme para apoyar y capturar a los delincuentes.
Esa noche fuimos seis en un jeep chasis largo, como los que se utilizaban para transporte de pasajeros en ciertas áreas de la ciudad, sin marcas de la policía, que aparcamos junto a la peatonal. Estábamos el Sargento Carmona, los Cabos Álvarez y Castellanos, el Distinguido Franco, el Agente Da Silva y yo. De inmediato nos separamos en parejas y comenzamos a recorrer el bulevar. En este sitio yo no pasaba desapercibido, todo lo contrario, más bien podía llamar la atención para que trataran de asaltarme pero quizá era parte del plan. Esa noche me tocó trabajar con el Cabo Castellanos, quien me dijo:
- Muchacho, vamos a caminar separados para cubrir más área, yo te seguiré desde el otro lado y unos metros más atrás para cubrirte.
Las meretrices se encontraban fácilmente, en las esquinas esperando clientes, las podía identificar cualquiera, eran demasiado evidentes. No eran mujeres que simplemente estaban esperando un amigo o que se habían detenido momentáneamente en una esquina. El olfato de policía las reconocía de inmediato y aunque no fuese policía, cualquiera se habría dado cuenta Las había de todos tipos, de piel clara y piel oscura pelo, corto pelo largo, negras con afro o de piel clara con el pelo teñido, todas muy escasas de ropa y muy provocativas. Como el clima siempre era bueno en la ciudad no necesitaban abrigarse demasiado.
Apenas llevábamos un par de cuadras caminadas por el bulevar, cuando al pasar cerca de una de las prostitutas que estaba sola, me hizo señas y me invitó a irme con ella. En eso el Cabo Castellanos se acercó; ella le dijo
- Él está primero, pero si no dice nada, puedo ir contigo.
- Creo que no vas a ir con ninguno. - le respondió.
Entonces nos volvió a ver y se dio cuenta de su error, estaba tratando de sonsacar a unos policías.
- ¿Me van a llevar arrestada? - Preguntó con cara de fastidio. Inmediatamente le respondí.
- No, no has hecho nada, todavía, por lo cual debamos detenerte.
Siempre consideré que no había necesidad de hostigarlas, como hacían algunos compañeros, si se limitaban a estar en un sitio en la calle y no hacían escándalos. Lo que hacían podía ser incómodo, pero no era ilegal. Le requerimos carnet sanitario para confirmar que había cumplido con controles profilácticos y procedí a revisar su bolso, aún sabiendo que lo que estaba buscando no estaría ahí. Tal como sospechaba, no portaba drogas, si la tenía, y habría jurado que sí, estaba escondida en otro sitio, precisamente para evitar los problemas. Entonces la dejamos ir, pero yo le dije.
- Más vale que camines derecho, porque si te desvías, te encontrarás con nosotros.
Seguimos andando y un par de cuadras más adelante oímos a una mujer que gritaba:
- Ladrón, agarren al ladrón.
Un muchacho joven iba corriendo, perseguido por un señor con algunos años mayor que él. No era difícil entender lo que había sucedido, un arrebatón. Tenía en las manos una cartera de mujer. Venía hacia nosotros, por lo que fingí ignorarlo hasta el momento preciso en que desenfundé mi arma, lo apunté y amartillé el revólver. Ese click tan característico y tan suave, se oyó claramente en toda la cuadra, en el silencio de la noche, dominando todo el espacio y marcando la pauta del momento.
Entonces el ladrón volteó la cara, me vio y vio al cabo Castellanos que también lo apuntaba desde una posición varios metros a mi izquierda. Fue suficiente para darse cuenta que había perdido la partida, estaba atrapado. El hombre que corría detrás de, se acercó a nosotros, ya caminando y gritó, cansado:
- Le arrancó la cartera a mi esposa.
Entonces Castellanos le dijo:
- ¡Pégate contra la pared! ¡No te muevas!
El delincuente ya tenía experiencia, porque soltó la cartera y puso las manos contra la pared, con las piernas abiertas. Castellanos procedió a revisarlo, pensó que seguramente le encontraría porción de drogas. Le sacó algo del bolsillo, alzó la mano y me lo mostró diciendo:
- Mira muchacho, una navaja.
Entonces procedió a ponerle las esposas y le ordenó que se acostase boca abajo. Revisé la navaja, de hoja bastante grande, pero ordinaria, automática, ninguna pieza de cuchillería de calidad, pero el resorte de apertura funcionaba bien. Ya nos había alcanzado también la dueña de la cartera y Castellanos le preguntó:
- ¿Los amenazó con esta arma?
- No, no lo hizo, pasó corriendo y me arrancó la cartera.
Castellanos se quedó mirando al esposo de la señora, que estaba persiguiendo al ladrón y le dijo:
- Tuvo suerte de no alcanzarlo, de haberlo hecho, seguramente habría usado la navaja y quizá usted ya no estaría en este mundo.
Creo que se dió cuenta del peligro que había corrido porque palideció un poco. Tomamos nota de la víctima y su acompañante, y les indicamos que deberían dirigirse a la División de Inteligencia y Contra el Vicio de la Policía Metropolitana, pero no podían ir con nosotros, ya que no disponíamos de vehículos suficientes con el delincuente a bordo, era imposible trasladar a la víctima.
Cuando llegamos al jeep que teníamos asignado, vimos que se acercaban el Cabo Álvarez y el Distinguido Franco con una persona que era arrastrada a los golpes. Esto no es el deber ser, por lo que evidentemente, algo grave debía haber ocurrido. Lo cierto es que sucede que uno se ve en situaciones muy lamentables que superan la sangre fría del policía.
También vimos que con ellos venía un niño de la calle, quizá de unos ocho o nueve años, pero era difícil saberlo ya que todos estos niños siempre son de baja estatura por la desnutrición, sucios y harapientos, con cara de sufrimiento. Castellanos dijo:
- Compadre ¿que pasó? ¿Por qué lo traes así?.
Entonces Álvarez, con voz llena de ira, le dijo al niño:
- Explícale lo que pasó.
El niño comenzó a hacer algunos ruidos y gestos y nos dimos cuenta que era mudo. Entonces nos dio a entender que el hombre lo había obligado a practicarle el sexo oral.
- Lo sorprendimos en plena faena. - Dijo Franco furioso.
En ese momento entendí por qué los muchachos estaban haciendo lo que no se debe hacer, un pedófilo no es gente ni para los policías ni para los delincuentes duros.
En ese momento llegaron el Sargento Carmona y el Agente Da Silva con un par de prostitutas que no portaban documentación en órden. Metimos a todos los detenidos en la parte trasera del jeep. Afortunadamente era de los de chasis largo, así que nosotros pudimos ir sentados Al ladrón lo sentamos en el fondo del vehículo esposado y a las prostitutas simplemente les dijimos que se subiesen. Al pedófilo lo metimos sin la mínima delicadeza, tirado en el suelo y le montamos los zapatos encima. Cada vez que quería hablar, Franco lo callaba de una cachetada, diciéndole:
- ¡Cállate, que no tienes derecho a nada!
Primero fuimos a la Jefatura Civil a llevar a las prostitutas, ya que a ellas no correspondía llevarlas a la sede de la DICV, por cuanto su situación no era considerada como un delito, sino como una falta. Cuando abrimos la puerta del Jeep y se bajaron, una de ellas preguntó:
- ¿Qué hizo ese hombre, que lo tratan así?
Entonces Álvarez les explicó lo que había sucedido. No bien había terminado de decirlo, cuando ambas se le abalanzaron encima con una ferocidad tal que no podíamos detenerlas, mientras le gritaban toda clase de improperios.
- Maldito, ¿Para qué estamos las putas? ¿Por qué tienes que abusar de un niño?
No sé cómo al final logramos separarlos. Ellas no conocían al niño, pero nadie tiene el menor sentimiento positivo hacia un violador de niños. Dejamos a las meretrices en la Jefatura Civil, en lo personal con una satisfacción, al ver su reacción, se ganaron mi respeto, podían ser prostitutas, pero no dejaban de ser seres humanos, incluso seres humanos decentes. Acto seguido nos llevamos al ladrón y al pedófilo al comando de la División de Inteligencia. El ladrón pudo oír la historia y en el jeep también hizo todos los intentos por golpear al pedófilo, podría ser un ladrón, pero tenía dignidad.
Al final entregamos a los dos delincuentes en la receptoría de detenidos de la división y procedimos a llenar las actas policiales correspondientes. La estadía en los calabozos de la División de Inteligencia debe haber sido muy desagradable para el pedófilo, ya que el ladrón no habrá perdido la oportunidad de informarle a todos los demás delincuentes porque estaba detenido ese hombre.
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